domingo, 18 de agosto de 2013

Un baño de sangre


Como era de esperar, después del golpe de Estado perpetrado -¡cómo no!- por el ejército egipcio, el baño de sangre no ha tardado mucho en producirse. En realidad, las fuerzas armadas de ese país han tutelado durante décadas, cuando no han protagonizado directamente el poder, los destinos de la población. Pensar que un mandato democrático acabaría con el control militar y su sustitución por la sociedad civil no ha sido sino una ilusión vana, una quimera quizás alimentada más por nuestro afán porque las sociedades afectadas en su modo de vida por el Corán pudieran algún día parecerse a las occidentales, conjuntos de ciudadanos para los que la práctica religiosa -o la simple ausencia de ella- obedece más a su propia esfera privada que a los comportamientos públicos y políticos.
Pero una democracia es simplemente eso: la elección entre diferentes alternativas. Y eso habían hecho los egipcios al situar a Morsi a la cabeza de su Estado. Un apoyo que llegaba hasta el 25% de los electores y que permitió a los Hermanos Musulmanes de ese país establecer las medidas que les parecieron más oportunas. Claro que lo que su gobierno puso en práctica fue un proyecto de islamización de la sociedad egipcia, como por otra parte era de prever.
Recapitulando, lo que los ciudadanos que se manifestaban en la primavera de 2011 en la plaza Tahrir estaban exigiendo de sus gobiernos era, por una parte, el retorno a las libertades democráticas y la mejora de la calidad de vida para su población, por la otra. Muchas décadas de gobiernos dictatoriales habían dejado de lado los derechos civiles y políticos, además de los sociales, en beneficio prácticamente de la casta dirigente militar. Y los Hermanos Musulmanes quisieron asumir el segundo de los elementos que existían en las reclamaciones de los egipcios. Les dijeron: si nos votáis ampliaremos el llamado Estado del Bienestar. Esas promesas, unidas al factor de haberse mantenido como la única entidad política organizada les permitió ganar las elecciones.  
Obtuvieron un 25% de los votos y gobernaron solo para ellos. Pusieron en marcha una Constitución que elevaba los textos sagrados a principal guía interpretativa en la vida personal de la población, pero no se ocuparon de la economía y del crecimiento y el celebre Estado del Bienestar occidental no se vio aparecer por ningún lado. Y los manifestantes volvieron a la plaza Tahrir para reivindicar que la situación cambiara, lo mismo que habían hecho tres años atrás.
El ejercito cuajó entonces una complicada coalición de civiles y militares y estableció un sistema para reformar la Constitución y revertir el proceso política que Morsi y su partido habían puesto en práctica.
Dieron lo que la expresión castiza dice, la vuelta a la tortilla. Y, donde los Hermanos Musulmanes habían gobernado para el provecho de los suyos, el ejército decidió reprimir las protestas de aquellos que veían cómo su legitimidad para el desarrollo del gobierno caía hecha añicos. ¿Qué cabe esperar que hagan los desposeídos del poder que un día ocuparon con arreglo a las leyes? ¿Bajar la cabeza y aceptar sin protestar que gobiernen otros?
Y el baño de sangre ha empezado. Después del llamado Viernes de la ira comienzan a oírse voces para que se produzca la ilegalización del partido que gobernaba hasta hace pocas semanas y uno de los más significados miembros del gobierno situado por los militares, el premio Nobel de la paz, Mohamed el-Baradei, ha dimitido para no verse implicado en una deriva abiertamente antidemocrática cuando no dictatorial y totalitaria, protagonizada una vez más por las fuerzas armadas de su país.
¿Se puede ilegalizar a un 25% de la población? ¿Es razonable confiar en que el ejército se retirará a sus cuarteles en un país donde los militares han dirigido con mano de hierro sus destinos durante más de 50 años? ¿Logrará Egipto construir una democracia a la occidental en un futuro razonablemente próximo?
Son demasiadas las interrogantes. Y las respuestas más probables a la luz de los acontecimientos recientes nos conducen a través de las pantallas de televisión una vez más al dolor y al drama personal. Los núcleos urbanos de El Cairo y Alejandría se tiñen de sangre y la paz y la libertad son solo una quimera por el momento. Y no confiemos en que la solución llegará desde una UE fragmentada y endogámica o que la traigan los EEUU que tampoco han sabido o podido hacer nada útil en la guerra civil que lleva ya meses asolando Siria.
El poeta y cantante judio-canadiense, Leonard Cohen escribía algo así como que existe una grieta en todas partes. Pero así es como surge la luz.
Esperemos que sus versos sean, en esta ocasión, proféticos.

2 comentarios:

  1. Es un problema para los islamistas que se presenten a unas elecciones las ganen y cuando las han ganado lo más importante para ellos es la religión y los textos sagrados, ¿cómo podrá convivir el Islam con la Democracia?, sin embargo de alguna manera tendrá que hacerlo porque si no tenemos un problema en el mundo.

    ResponderEliminar
  2. El problema ya existe. La práctica totalidad de las organizaciones musulmanas están controladas por exaltados religiosos que solo tienen un objetivo: la creación de un estado islámico sometido a su interpretación del Corán. Y no terminan de darse cuenta de que, al igual que en otras partes del mundo, también dentro de su mundo existe un sector de población, cada vez más importante, que quiere separar la religión de la política.

    ResponderEliminar

cookie solution