martes, 25 de junio de 2013

Dagoberto Valdés


La tímida apertura política del régimen cubano nos va permitiendo regresar al contacto con los miembros de la disidencia a quienes visitamos hace ya unos tres años en la isla. Nos hemos reunido -de una forma u otra- con Yoani Sanchez o con Elizardo Sánchez, y pudimos entablar conversación con Rosa María Payá, toda vez que Oswaldo, su padre, ya no podrá regresar a ningún lugar (yo espero que no al olvido que, según decía Jorge Luis Borges, es la verdadera muerte).

Hoy le ha tocado el turno a Dagoberto Valdés. Ese hombre bueno que nos recibía en su casa de Pinar del Río, con generosidad, porque Yoani le había dicho —con una brevedad condicionada seguramente por los controles policiales, más que debida a la locuacidad cubana— que iban a visitarle unos españoles. Dagoberto se quedaría impresionado por la presencia en esa localidad cubana de Rosa Díez. «¡Si me hubieran dicho a qué político español me habría gustado conocer, les habría contestado que a Rosa Díez!», fue su comentario admirativo.

Decía que Dagoberto es un hombre bueno. Quizás por eso pretende desligarse de la política, porque la política no goza de consideración pública, tal vez porque quienes se reclaman de políticos practican siempre el regate corto y la protección de sus intereses como casta. Pero eso es la mala política, que como la mala moneda desplaza a la buena —según la conocida ley de Gresham—. Pero existe también la buena política, y a esa seguro que Valdés se adheriría con carácter inmediato.

Acaba de pasar por Polonia y ha recibido señales indicativas en el sentido de que la «posición común» de la UE respecto de Cuba —no se producirá trato privilegiado con la isla hasta tanto no avancen los derechos humanos allí— se va a «flexibilizar». Ahí se encuentra seguramente el vergonzante pago político del gobierno español para facilitar la salida de Carromero, una habilísima maniobra de la dictadura castrista para fortalecer sus posiciones de cara a un futuro incierto, donde Maduro ya no es para ellos garantía de casi nada.

Y Dagoberto Valdés no se pone en la intransigencia, sino en la reforma. Quiere proponer a la UE —y lo ha hecho a diferentes interlocutores oficiales y privados en España y en Polonia— que una Comision independiente, de la sociedad civil cubana, analice a través de informes periódicos la situación de los derechos humanos en Cuba y que se los envíe a la UE para que sirva de testimonio en relación con esa «flexibilidad» un tanto vergonzante de la que el Ministro García Margallo viene hablando.

Se trataría de una comisión rotatoria en la que los diferentes movimientos de la disidencia cubana puedan estar representados. Es una forma —asegura Valdés— de ir consolidando una oposición unida y con capacidad de negociar el futuro de Cuba, toda vez que el régimen de los Castro —más por necesidad que por virtud— quiere empezar a mover algo las cosas.

Porque ya el papel que Venezuela ha tenido con relación a la extinta Union Soviética respecto de Cuba carece del recorrido que tenia con Chávez. Hoy, la isla afronta no solo un fin de ciclo generacional por la vejez irrenunciable de los Castro, sino la agonía de un régimen que ningún socio exterior podría salvar.

Y Dagoberto continua su tráfico deambulante por este Madrid canicular, asegurando que él no es político, pero que no ha venido a España a hacer turismo. Y quienes le saludamos en la despedida nos reafirmamos en la idea de que una buena persona también puede ser político.

miércoles, 19 de junio de 2013

Debatiendo sobre el Sahara (1)


El debate que todos los años organizan las universidades madrileñas en relación con el Sahara (mi intervención allí ya ha sido publicada en este blog) constituye una oportunidad para revisar el estado de la situación en la antigua colonia española.

Es la tercera ocasión que, representando a UPyD, acudo a estas jornadas. Por lo general, y como síntoma de lo que supone para los partidos mayoritarios españoles el asunto saharaui, cuando se encuentran en el gobierno no asisten y desde la oposición manifiestan su apoyo más o menos tibio a esa causa.

Pero no ocurrió así en esta oportunidad. Si el PP causaba ausencia el pasado año, este enviaba a una representante, la diputada Gema Conde, quien —nobleza obliga— tuvo que soportar las invectivas de un público absolutamente cercano a las posiciones que defienden la autodeterminación de ese pueblo.

Asistió también al acto un representante del PSOE, Jose Antonio Espejo, que hizo alguna consideración respecto de la cual tomé nota.
Haré algún comentario de esas intervenciones, pues después de descritas las posiciones de cada uno, no existió turno de réplica entre los partidos. No obstante, y por si alguno de mis rivales dialécticos entienden que sus posiciones no quedan adecuadamente explicadas en este comentario, ya saben que pueden aprovechar el espacio de este blog para seguir debatiendo.

Espejo dijo en su intervención que «la razón de gobierno se mezcla con la acción de partido». Se refería sin duda el representante socialista a que la célebre realpolitik en la acción de gobierno se contrapone muchas veces a las posiciones de ese partido cuando se encuentra en la oposición, y no es extraño que se aluda siempre a los intereses de España como excusa para modificar las convicciones que un día se tuvieron, aunque volveremos sobre este asunto más adelante.

Lo que sí resulta sorprendente es el término utilizado por Espejo, mezclar.  Es cierto que, en la política y en la calle, cada vez se habla peor; pero hay palabras que a veces se dicen para evitar pronunciar otras que no se querrían nunca afirmar.

Y no es lo mismo contradicción que mezcla y, más aún: la posición que sobre el conflicto saharaui ha tenido ese partido ha sido una contradicción más que flagrante respecto de lo que su Secretario General, Felipe González afirmara en los campamentos de Tinduf en plena transición a la democracia y que todavía resuena en los oídos de los refugiados.

«No se olviden de nuestra causa», me dijeron en nuestra visita a esos mismos campamentos, «como este mismo señor se olvidó cuando le llegó el momento de gobernar».

Trazó Espejo más adelante una tesis por la cual la situación del Sahara sería equivalente a la de Palestina. Y me parece conveniente referirme a ella. Según mi opinión —porque Espejo no fue más adelante en su desarrollo—, Israel sería representada en el caso al que nos referimos por Marruecos (que es la potencia que invade territorios saharauis, lo mismo que Israel realiza una política de asentamientos en zona palestina), las fronteras fijadas en 1967 entre Israel y Palestina corresponderían en el caso saharaui a las que tenia la antigua colonia española. Hasta aquí, las cosas parecen estar claras.

Pero mi pregunta sería: ¿No existen otros actores? ¿Qué papel desempeñan, por ejemplo, España y Francia y qué equivalentes tienen en el caso Palestino? Supongo que no el que tenia el Reino Unido en los tiempos previos a la Independencia israelí. ¿No es España la potencia administradora, jurídicamente hablando, de ese territorio? El paralelismo de Espejo resultaría así bastante tranquilizador para quienes, desde España, pretenden ocultar la cabeza dentro de tierra o mirar hacia otro lado.

resultaría interesante esa tesis —si el PSOE la desarrollara, desde luego— en cuanto a la reciente actitud de Palestina de acudir a la Asamblea de Naciones Unidas para pedir de estas el reconocimiento de su Estado. El caso saharaui se debate siempre en una especie de polémica entre Estado, RASD, y partido, Frente Polisario, donde el primero tendría algún recorrido mayor del que hasta ahora ha tenido.


Aunque, volviendo al discurso de Espejo, nadie debe esperar razonablemente que tenga ningún desarrollo.

jueves, 13 de junio de 2013

Intervención de Fernando Maura en las VII JORNADAS DE LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS MADRILEÑAS SOBRE EL SÁHARA OCCIDENTAL


«Venimos, una vez más, convocados por la UAM a debatir entre los diferentes partidos políticos con representación parlamentaria la situación del Sáhara. Para empezar, diré que se trata de un debate muy oportuno, entre otras cosas porque un asunto tan importante como el del Sáhara para nuestra acción exterior –y en alguna medida, también para completar nuestras responsabilidades como antigua Potencia Colonial, porque estas no concluirían hasta la celebración del referéndum de autodeterminación-, no se encuentra en los últimos tiempos en el debate público en España, más allá de acontecimientos de importancia puntual, y hasta cierto punto de vista fugaz, como la huelga de hambre de Aminetu Haidar en el aeropuerto de Lanzarote, la devastación por Marruecos del campamento de Gdeim Izik en el Aaiún, o el reciente fiasco que se ha producido por la resolución de Naciones Unidas con ocasión de la propuesta de incluir en el mandato de la Minurso la observación del estado de los DDHH en su ámbito de actuación.
Pero estas son situaciones que, lejos de situar bajo los focos una cuestión tan importante como es la del Sáhara y el cumplimiento del compromiso de España y del conjunto de la comunidad internacional con su población, arrojan solamente pequeños flashes que se podría decir se agotan por sí mismos en un totum revolutum del diario y constante fluir de noticias, en el que solo terminan destacando los cuantiosos casos de corrupción, la crisis económica, los desafíos soberanistas o, para salir de nuestras fronteras, la definición de una UE sumida en una profunda crisis de legitimidad, la guerra civil en Siria o si ha estallado una nueva primavera árabe, esta vez en Turquía, solo por poner algún ejemplo.
Lo hemos dicho muchas veces a nuestros compañeros y amigos del POLISARIO: a pesar de la gravedad de la cuestión, de la implicación que tiene respecto del Sáhara España, de lo que significa nuestra afectación por lo que ocurre y pueda ocurrir en el Magreb, se trata de un asunto que no está en el debate público y, por supuesto, tampoco en el publicado.
Se trata de una responsabilidad que compartimos, desde luego. El interés, primero, de las autoridades políticas de los diferentes gobiernos que se han venido sucediendo, porque este posible debate público permanente en España sobre el Sáhara pondría en serios aprietos la política de acercamiento que ha venido siguiendo nuestro país hacia los intereses de Marruecos (o de Francia, que viene a ser lo mismo); la dependencia que generalmente tienen los medios de comunicación respecto de los poderes públicos; la secular indiferencia que tenemos los españoles respecto de las cuestiones de la política exterior...
Todo eso es cierto, es el escenario del viejo asunto de los intereses creados, donde eso de la realpolitik (que a veces es la más pobre expresión de los intereses de un país, muchas veces confundidos con los intereses de ciertas personas concretas o de determinadas empresas), eso del realismo político, condiciona actitudes y determina las consecuencias de la política española. Es cierto; pero los intereses creados no siempre lo son tales sobre lo que podríamos definir como los intereses verdaderos o verdaderamente reales de los países concernidos.      
Está claro, pero me gustaría también aprovechar esta ocasión para salir del ámbito general del aparente consenso básico que generalmente se produce en estas jornadas, un consenso que viene a decir algo así como que todos constatamos que las cosas del Sáhara están mal, que los gobiernos no cambian de actitud, que los saharauis lo están pasando mal (especialmente ahora, como consecuencia de la reducción de ayudas correspondientes a la cooperación internacional, lógica aunque solo hasta cierto punto dada la crisis económica que nos afecta), pero que, frente a esa actitud, los que nos sentamos aquí no participamos de esa forma de actuación, y que nuestras acciones las preside un espíritu muy contrario a lo que se viene imponiendo por los gobiernos en el transcurso de los años.
Ese sería el consenso habitual en estas jornadas. Pero, ya digo, me gustaría aprovechar la oportunidad que me conceden y la altísima representación saharaui que aquí se congrega para formular una tesis que yo llamaría la del doble compromiso. Y me explico: el Frente POLISARIO y el gobierno de la RASD, una vez acabada la guerra entre Marruecos y el Frente POLISARIO, a partir de 1991, y en cumplimiento de los acuerdos que llevaron al alto el fuego, concentraron su actuación en el marco diplomático. Más de dos décadas han transcurrido desde entonces, de una apuesta que apenas si ha obtenido resultados significativos.
Junto a ello, Marruecos, conocedor de que el tiempo juega a su favor, se emplea en ese particular tablero de juego en dejar pasar reuniones y convocatorias, y mientras tanto, continuar con su acción represiva sobre los ciudadanos saharauis en los territorios ocupados, a la vez que anuncia su intención de plantear una autonomía para el Sáhara. Una represión que es efectiva, y una autonomía que no lo es, y seguramente no lo será, porque solo se pone sobre la mesa como la propuesta marroquí en el referéndum, que ya no sería de autodeterminación, sino de autonomía... o nada.
Poco ha cambiado, salvo la represión en los territorios ocupados y la penuria que se extiende entre los refugiados en Tinduf, una penuria que crece -lo decía antes- como consecuencia de la crisis que afecta a los países occidentales, especialmente a los europeos y más en particular a España.
Y casi 25 años después de la guerra, está creciendo una nueva generación en los territorios ocupados y en los campamentos. Una generación que ya no entiende demasiado de una estrategia que no ofrece salidas, porque apenas consigue nada, y que llama a la insurrección, a una nueva intifada, ahora en versión saharaui.
Urge, por lo tanto, un cambio de actitud. Y no me refiero a regresar a la guerra, tampoco a provocar una intifada saharaui. Nadie habrá más distante de esa posibilidad que quien les habla. No me refiero a eso, pero sí a una estrategia que ponga a cada uno (a los gobiernos, a los partidos, a las instituciones internacionales) frente al espejo de sus propias responsabilidades.
Una actitud que señale la existencia de una especie de semáforo ámbar, que diga que la luz roja de la frustración y la ira está ya cerca, y nuestro deber es conjurarla mediante una nueva proactividad que genere esperanza y alternativas reales que conduzcan al Pueblo Saharaui, y sobre todo a los Jóvenes, a un nuevo horizonte de futuro.
Pero no solo se trata, desde luego, de un compromiso del Frente POLISARIO y del gobierno de la RASD. También se trata de la transformación del compromiso por parte de los partidos que apoyamos la causa saharaui, acompañando de manera nítida a los saharauis en sus exigencias. En lo que nos pidan. Sin ambigüedades, ni dobleces, ni subterfugios.
Un doble compromiso que debe nacer de la valentía y de la necesidad. De la valentía de quien sabe reconocer que cualquier recorrido tiene un límite, y de la necesidad de ofrecer respuestas a las jóvenes generaciones, que tienen derecho a un futuro sin privaciones innecesarias y, sobre todo, en libertad. Un compromiso doble que afecta -desde nuestro punto de vista- al POLISARIO y al gobierno de la RASD, pero también nos afecta a nosotros, a quienes debemos apoyarles sin reservas.

Y en la parte que nos corresponda -y nos corresponde- en ese compromiso, Unión, Progreso y Democracia, se lo aseguro a todos ustedes, sabrá estar a la altura de lo que se le exija.»

jueves, 6 de junio de 2013

Transparencia para Venezuela


Me visita Williams Cárdenas, a quien conocí ya hace ya algunos años y por iniciativa suya, para recabar el apoyo de UPyD a la causa de la libertad para Venezuela. Y creo haber escogido bien la frase, la causa de la libertad, porque para nadie debería resultar a estas alturas del curso extraño que algún responsable político reclame la necesidad de un régimen de libertades para el país iberoamericano. 

Las recientes elecciones arrojaron en la opinión pública, la publicada y en los informes de los expertos, serias dudas acerca de la exactitud del recuento elaborado por las instancias oficiales venezolanas. ¿Hubo fraude electoral? Podemos presumir muchas cosas al respecto, pero lo que parece claro es que quienes deberían encargarse de afirmar la credibilidad de su democracia, que son los dirigentes de la Republica Bolivariana, no lo hacen.

Cárdenas me habla también de la difícil situación que se vive en Venezuela. La actitud prepotente y suicida —en términos económicos para su propio país— de Chávez hizo estrecharse de tal manera a la clase media que, en ocasiones, simplemente ha desaparecido. Aquí se encuentra la causa del desabastecimiento que vive ahora la población. Carentes de quienes intervengan en el mercado de producción, elaboración y distribución de todo tipo de bienes de consumo, los supermercados y las tiendas se encuentran ayunos de abastecimiento. El régimen pretende cubrir esta dificultad radical sobre la base de las importaciones pagadas con petróleo, pero no tiene capacidad de distribuir las mercancías así obtenidas, de modo que estas se pudren en los puertos.

También nos referimos a las difíciles relaciones que se están produciendo entre los herederos de Chávez. La pugna entre el débil e inconsistente Maduro y el actual presidente de la Asamblea Nacional —y también militar— Diosdado Cabello, parece plantear un horizonte de incertidumbre para el futuro de una Republica bolivariana sin su fundador.

Y a todo esto, el pueblo venezolano y la comunidad internacional desconocemos los verdaderos resultados de las elecciones. La solicitud del candidato opositor, Henrique Capriles, en el sentido de que sean recontados los votos y se dé respuesta a las impugnaciones que se han producido, no ha encontrado aun respuesta por el Consejo Nacional Electoral; tampoco ha existido a día de hoy resolución del Tribunal Supremo respecto de las denuncias por fraude masivo y a que declare la nulidad del proceso electoral.

Solo las instituciones que se respetan a sí mismas pueden ser acreedoras del respeto de sus ciudadanos y del conjunto de la comunidad Internacional. ¿Tiene efectivo respeto al propio sistema impuesto por su creador el gobierno de Maduro?

En cualquier caso y desde estas líneas quiero sumarme a la petición del candidato opositor Capriles y enviar el más cordial de mis saludos a los venezolanos que siguen peleando sin descanso por la libertad de su pueblo.

lunes, 3 de junio de 2013

A propósito del Sahara


Una vez más —y la cosa va para largo, desde luego— debo referirme al escándalo de la situación que se vive en el Sahara Occidental. 

Como responsable de UPyD en el ámbito exterior de este partido me he referido muchas veces a que, cuando Rosa Díez, en los momentos fundacionales de esta formación política, me encargó de su acción exterior, me encontré con la reclamación de la población de la antigua colonia española encima de mi mesa como algo que ya estaba planteado.

Se trataba de apoyar el efectivo ejercicio del derecho de autodeterminación del Sahara, diferido desde el vergonzoso abandono español en los años 70, con el dictador moribundo y el padre del actual rey de Marruecos organizando la llamada «marcha verde», escenificación de aquel episodio que no pasará precisamente a la historia de nuestras glorias por la dejación de nuestras responsabilidades que el abandono a su suerte de los saharauis suponía esta decisión. Carlos Rey —hoy responsable del área de trabajo relativa a los países árabes dentro del grupo de trabajo Internacional de UPyD— fue el autor de esta feliz iniciativa.

Ha pasado mucho tiempo desde que España abandonara a los saharauis a su suerte, y en esas largas décadas, hemos visto hasta una guerra entre los saharauis y Marruecos, la construcción por este Estado de un verdadero muro fortificado de la vergüenza, las constantes violaciones de los derechos humanos, las dificultades de los saharauis en los campamentos de Tinduf —que una delegación presidida por Rosa Díez visitaría—, los trabajos del gobierno de la RASD por desarrollar nuevos asentamientos en las climatológicamente hostiles zonas recuperadas al invasor... Hemos visto de todo, y en ese todo, hemos visto muy poco a España.

Nuestro país mantiene la condición de potencia administradora —de iure de los territorios que actualmente ocupa Marruecos y de los que administra el Polisario—, pero se diría que su acción sobre el terreno ha pasado de un tiempo a esta parte, de manera especial en cuanto a los gobiernos de Zapatero y al actual, a ponerse de perfil y seguir más a los intereses de nuestro vecino francés —que siempre protegerá al reino alauí— que a los nuestros.

Algunos pueden pensar que nos conviene, y mucho, no molestar a nuestro vecino del sur, porque este dice contener esa extraña e incontrolable ola de terrorismo islámico que invade a los países occidentales. Yo desde luego que no aspiro a plantear, desde una modesta entrada en un blog, una tesis doctoral sobre este terrorismo, sus orígenes y sus consecuencias. Pero sí le pongo muchos peros a esa idea y, mucho más que eso, diría simplemente que no a que los intereses de España consistan de forma concreta en llevarse bien con Marruecos a cualquier precio.

Y es que hay muchas maneras de llevarse bien con los países vecinos —que, no lo olvidemos, siempre resultan conflictivas—. Una de esas formas consiste en actuar desde la diplomacia tranquila y condescendiente ante la arrogancia permanente del vecino. Se trata de una de las maneras de actuación posible, pero no de la mejor, en mi opinión; porque las más de las veces, el vecino pensará que esa actitud obedece al temor que siente aquel de no molestarle: como consecuencia, se crecerá y continuará amenazando al país que quiso actuar de la forma más sensata.

Creo que España ha llevado sus relaciones con Marruecos desde esta actitud. Pero la experiencia, incluso la reciente, nos indica que con esas políticas, el reino vecino se crece, multiplica sus exigencias y nos inunda de inmigrantes indocumentados. Basta con recordar la operación española de julio de 2002 sobre el islote de Perejil para demostrar que existe otra manera de desarrollar las relaciones entre los países vecinos.

Lamentablemente, la estrategia de nuestro gobierno no parece reconducirle a esos parámetros, siquiera estos fueran puestos en práctica por un gobernante de su mismo partido...

Pero, sobre este asunto ya volveremos en alguna otra ocasión.
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