martes, 13 de mayo de 2014

Monsergas nacionales y bipartidistas


La campaña electoral al Parlamento Europeo ha sido sustituida como es habitual por los temas nacionales. Por lo común, nadie, ni siquiera en los debates, se refiere a Europa y a las soluciones que aporta para su futuro, salvo de manera episódica. Los partidos llamados menores han planteado en el debate los excesos del bipartidismo clonado que nos gobierna y los partidos del bipartidismo —el «PPSOE», expresión que ya se va generalizando— han respondido a estas consideraciones por dos bocas autorizadas, la del candidato popularArias Cañete y la del expresidente González, que si España lo exigiera no sería malo que esa fórmula se produjera.
Resulta curiosa la defensa de la idea de las alternativas políticas que hacen ambos. Si son tan diferentes, el PP y el PSOE ¿a qué gobernar juntos? Si los problemas de España se van resolviendo ¿cuál es el interés de España en ese gobierno de concentración?
Pero no, no se trata de resolver los problemas de España. Más bien se trata de resolver los problemas de los dos grandes partidos, que se encuentran ahora ante la curiosa situación por la que si el partido de gobierno pierde votos, el principal partido de la oposición pierde más…Con lo que el que gana pierde y el que pierde, pierde mucho más aún.
En todo caso tienen mala memoria histórica, o no se han leído la historia de España.
Muchas veces he creído que la actual Restauración española de 1978 tiene bastante que ver con la de Cánovas de 1876. Quizás con la diferencia de que no es imprescindible que esta concluya mal, como apuntaba el poeta Gil de Biedma en su célebre poema.
Víctima de la desconexión entre los partidos políticos, liberal y conservador con los electores y bajo la omnipresencia del rey don Alfonso XIII en las decisiones cotidianas, de forma que el político que quisiera obtener la codiciada nominación a la presidencia del Consejo de Ministros debía hacerse agradable a Su Majestad; rotos los partidos y probados todos los dirigentes políticos de la época, el rey mandaba llamar a toda la clase política representativa del turno y les urgía a que eligieran allí mismo un gobierno, que de lo contrario abdicaría. Era el mes de marzo del año 1918.
Y ese gobierno se formó. Quizás la única novedad para la historia de las relaciones entre la política española y la catalana fuera que ejerció en aquel gabinete de Ministro de Hacienda el catalanista don Francesc Cambó.
Se formó aquel gobierno, sí. Pero de forma tan complicada y arbitraria que se dice que uno de sus ministros, Eduardo Dato, contaba a un amigo la forma en que se había producido la composición del gabinete con las siguientes palabras:
Y ya ve usted. Me han dejado en Estado— que era como se denominaba entonces al ministerio de Asuntos Exteriores.
A lo que su interlocutor respondió:
No me extraña, ¡con lo que le han hecho a usted!
Anécdotas aparte. Ese gobierno, al que se llamó «Nacional», tuvo lugar entre marzo y noviembre de aquel año, tan breve como la mayoría de los de la época, si bien la calle lo acogió con muestras de enorme satisfacción. Su presidente. Sin embargo, después de aceptado el encargo, escéptico ante sus previsibles resultados declaraba a los periodistas:
Veremos lo que dura esta monserga
Era en realidad el final de un sistema. Pocos años después, agotadas hasta la extenuación todas las posibilidades, el ejército dio un golpe de Estado a través del general Primo de Rivera. Un golpe que aún siguen discutiendo los historiadores si fue o no aceptado por Su Majestad.
Este gobierno de concentración, el del PPSOE, duraría más: los cuatro años de la legislatura, si los socios se avienen con el reparto. Pero no más. Alborozada o no, la población española observará atentamente si se han cumplido sus expectativas. Pasado el plazo, consumado el fiasco, la situación no volverá al momento presente.
Será bastante peor para ellos.

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