lunes, 23 de junio de 2014

Crónica de una sesión


El viernes 13 de junio tenía yo —junto con otros 53 compañeros de escaño— una cita en elCongreso de los Diputados. Se trataba de proceder al acto formal de toma de juramento o promesa de acatamiento constitucional de los diputados electos el pasado 25 de mayo.
Era de prever que el principal foco de atención sería para el partido-movimiento de moda,PodemosDe hecho, nada más que sus cinco parlamentarios electos hacían su aparición en el salón Constitucional, las cámaras de las televisiones barrían su presencia con la alborotada rapidez con la que un grupo de fans acude a vitorear a su artista preferido.
El presidente de la sesión lo fue el de la Junta Electoral. Se refirió a que en aplicación del precepto correspondiente, la afirmación de acatamiento de la Constitución debiera ser concluyente y que, de no ocurrir así, la condición de diputado quedaría en suspenso hasta que esa voluntad quedara acreditada. Nadie sin embargo esperaba que eso fuera cierto. Y es que este es un país bastante raro, por más que ya lo sepamos.
En un país simplemente normal, bastarían dos fórmulas de contestación a la pregunta: la delSí, juro o la del Sí, prometo. Pero ya acabó de decir que nadie esperaba que así fuera.
IU utilizaría una fórmula que recordaba su adscripción al republicanismo. Los nacionalistas lo hacían por imperativo legal y en las lenguas vernáculas correspondientes. Puedo contar el caso de Izaskun Bilbao, del PNV, que ni siquiera dijo que acataba la Constitución…  seguramente se refería su gesto a lo que decía Tirso de Molina en cuanto al habitual laconismo de los vascos, Vizcaíno es el hierro que os encargo, corto en palabras, en obras largo… Los de Podemos acataron sí, pero con la voluntad de reforma de la Constitución, pretendiendo que en su nueva redacción la Carta Magna recoja los derechos del pueblo.
A decir de los enterados de otras veces, este que narro había sido el acto más heterogéneo en cuanto a fórmulas de acatamiento constitucional que había conocido. Yo añadiría incluso —insisto— que ni siquiera todas ellas dijeron acatar nuestro principal ordenamiento jurídico.
Podría resultar esta cuestión anecdótica. Pero el nuestro es un país en el que la suma de las anécdotas nos devuelve un país confuso, desintegrado, extraño… Irreconocible como país, en suma.
Lo que no quiere decir que no pueda ser plural. Pero por lo mismo que no se debe confundir la gimnasia con la magnesia, no parece que la heterogeneidad de ideas y de partidos deba suponer una interpretación de la ley que deje a la misma norma materialmente hecha unos zorros.
En la espera a que nos entregaran nuestras correspondientes acreditaciones, decía yo, bromeando, que a los diputados electos que habíamos acatado en términos inequívocos la Constitución se nos facilitara el acta con carácter inmediato. Era una broma, lo que no puede resultar una broma es que el acto solemne por el que los representantes del pueblo adquieran su condición de tales a través de su respeto a la ley de leyes se convierta en un episodio más del circo nacional acostumbrado en este país.
Y es que la ley, y lo que está simboliza, no debería quedar sometida al albur de las ocurrencias de la abigarrada política con la que contamos.
De haberse impuesto con carácter estricto el criterio de la suspensión de la condición de diputado efectivo a un acatamiento claro y terminante de la Constitución, qué duda cabe que cantarían otros gallos en este corral tan multiforme como es el,español.
Este debería ser un país serio. Una seriedad a la que todos sin excepción deberíamos contribuir.

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