jueves, 26 de junio de 2014

Mi primera semana como eurodiputado (3/4)



Llegaba finalmente la tarde de ese día, cuando se nos había citado 15 minutos antes de las 5 de la tarde en una antesala del lugar en el que tendría lugar la votación de ALDE respecto de nuestro acceso al grupo.
Allí nos encontramos con el eurodiputado de C’s, Juan Carlos Girauta, que releía un documento que le habían remitido desde ALDE. Encontraba que dos menciones, el diálogo como instrumento democrático para la resolución de las diferencias en los regímenes democráticos y la defensa de la identidad de los pueblos —no ligada a los Estados— sonaban a una redacción sugerida por Tremosa para obstaculizar nuestro acceso al grupo.
Nos pareció una especie de trágala. De modo que coincidamos en no entrar en el grupo si esta cuestión no quedaba aclarada.
Nos situamos en un pasillo contiguo a la entrada de la sala en la que se desarrollaba la reunión del grupo, pasillo por el que pasarían algunos responsables de ALDE que no nos ofrecían satisfacción a nuestras inquietudes.
El hecho de no haber recibido ese texto con carácter previo y el de que aún no hubiéramos recibido la carta que Paco Sosa —en nombre de UPyD— había negociado con Guy Verhofstadt, acrecentaba nuestras preocupaciones.
La tensión que vivimos en ese pasillo era tan espesa que se podía cortar con un cuchillo.
Pero había que esperar a la llegada de ese equilibrista de la política que es Guy Verhofstadt. Se hizo presente poco después de que recibíamos la carta negociada con ALDE y sabíamos que la votación había resultado positiva por más de dos tercios a favor de nuestro ingreso (argucia de Verhofstadt, nuestra votación era conjunta con otros eurodiputados, portugués y croata). Por supuesto, CDC y PNV votarían en contra.
Pero Verhofstadt nos aclaraba lo sucedido. Hacía 10 años que liberales y demócratas firmaban su compromiso en ALDE, un acuerdo cuyo manifiesto debía revisarse ahora. En cuanto al texto, Verhofstadt nos dijo que era enmendable. Por otro lado, criticaría a su vicepresidente por no habernos hecho llegar antes el documento que había provocado nuestra preocupación.
La única concesión que ALDE había hecho a los nacionalistas —siempre en palabras de Verhofstadt— fue permitirles la creación de un grupo de trabajo que se refiriera a la situación de los pueblos sin Estado en la Unión Europea. Bilbao y Tremosa unirían sus reflexiones con las de los nacionalistas flamencos, que pretenden una Bélgica confederal. «Aunque yo no sé muy bien si pretenden siquiera que siga existiendo Bélgica». «Les sugiero que hagan ustedes lo mismo», concluyó.
(Pocos días después, los 4 nacionalistas flamencos abandonarían ALDE para incorporarse al grupo en el que se encuentran los tories -ECR-. ¿Darán Bilbao y Tremosa el mismo paso?’)
Yo le pregunté:
— ¿Nos da su palabra de que usted aceptará nuestras enmiendas al texto?
A lo que el presidente de ALDE nos ofrecía todas sus garantías.
Después de una consulta con nuestra portavoz nuestra entrada en ALDE quedaba garantizada.
Lo dicho: no se debe conocer una opinión definitiva hasta que ha terminado la película.

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