lunes, 11 de mayo de 2015

Ayudando a salir de la zona gris


Publicado originalmente en ElPeriodista.es, el 8 de mayo de 2015
Si cualquiera de ustedes preguntara a no importa qué tipo de gobernante de no importe qué país del mundo cuál es la naturaleza de su régimen político, le contestaría sin lugar a dudas que este se trata de una democracia. Sin embargo, buena parte de esos sistemas se encuentran dentro de lo que Thomas Carothers definía como la «zona gris». Y yo me atrevería a añadir que alguno de ellos claramente en la «zona oscura».
Y a pesar de su constante tendencia en atentar contra las libertades civiles que constituyen el basamento de las democracias, estos países de la «zona gris» siguen recibiendo el apoyo internacional. Un apoyo que ayuda a que las elites gobernantes de esos países perpetúen su continuidad en el poder.
Y esta reflexión la dedico de manera muy especial a la Unión Europea, cuyo apoyo a reformas sólo superficiales en las regiones este y sur de su vecindad, supone en la práctica la contribución en la subsistencia de estas «democracias de la zona gris». Y como se ha señalado en otras contribuciones a este importante asunto, la frecuente denominación que reciben estos regímenes por parte de las instituciones europeas como «anillos de amigos», nos sitúa más bien en el ámbito de la seguridad interna de nuestro continente que en el de la democracia.
Y con el pretexto de su seguridad, la UE está ayudando a que se estabilicen Estados fuertes más que a la consolidación de los derechos y libertades de las gentes que habitan esos países. Una aproximación que ha permitido a algunos observadores afirmar que la separación entre gobernanza y democracia no resultaba arbitraria, sino un elemento más dentro de una estrategia conservadora que pone los intereses europeos y sus temores en materia de seguridad por delante de sus mismos valores democráticos
Hay alguna excepción, empero, a esa regla común, y que no es de pequeña importancia. En 1990, la constatación en la Europa comunitaria del papel de la sociedad civil en la destrucción de los regímenes comunistas, con los especiales casos del sindicato polaco Solidaridad o del movimiento Carta 77 en Checoslovaquia, el Parlamento Europeo se decidió a innovar su aproximación respecto del fenómeno de la disidencia en esos y otros países. Su resultado fue la Iniciativa Europea para la Democracia y los Derechos Humanos (EIDHR, en sus siglas en inglés), en 1994, que se convertiría en un instrumento financiero, singular tanto en sus objetivos como en su instrumentación política. A diferencia de otros programas europeos, el EIDHR no requiere de la aceptación previa para su empleo por parte de esos terceros países, lo que permite que sus fondos lleguen a las organizaciones de la sociedad civil perseguidas por sus regímenes.
Los fondos asignados a este programa no son en exceso elevados: 1.100 millones € para los años 2014-2020, una partida escasa si se compara con otros instrumentos para la acción exterior europea. Seguramente el grano de arena de un desierto si se tiene en cuenta el presupuesto total de la UE. En todo caso, podemos pensar que, con frecuencia, cantidades en apariencia muy modestas pueden producir cambios muy significativos. Interesa, por lo tanto, su capacidad de transformación política de la realidad, no su tamaño financiero. Se asegura incluso que su sistema descentralizado crearía una especie de efecto contagioso con resultados muy significativos en el avance de la democracia y los derechos humanos en los niveles locales.
Hasta cierto punto, esta aproximación del Parlamento resultaría profética, dada la irrupción de lo que empezaría a ser conocida como la «primavera árabe», y que en muchos casos concluía en el otoño de la amargura. En su conjunto, sin embargo, estos fenómenos cogieron con el pie cambiado a la Unión Europea, con un Servicio de Acción Exterior que aún no había tomado forma y con una estructura institucional volcada en su adaptación a la normativa emanada por el Tratado de Lisboa.
En todo caso, el conjunto de fuerzas que intervienen en momentos diferentes, desde lugares distintos y con resultados impredecibles constituye lo que se denomina voluntad política, una fórmula mágica de ingredientes desconocidos que asegura el éxito o garantiza el fracaso de los programasen acción.
De todas formas, una constatación es exacta: los cambios políticos sólo se producen desde dentro. Sin embargo, existe un consenso ampliamente extendido respecto de que hay un cierto margen para la cooperación democrática en el desarrollo en la agenda local.
Y a eso debe ayudar Europa. No a consolidar esos regímenes.

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