jueves, 16 de junio de 2016

La oposición cubana y nosotros mismos




La visita de Guillermo Fariñas -premio Sajarov del Parlamento Europeo 2010- y de José Daniel Ferrer —líder de la UNPACU, principal partido de la oposición cubana— ha servido para confirmar alguna de nuestras más recurrentes dudas sobre la evolución del régimen castrista y de la más o menos probable recuperación de las libertades en ese país.

Se trataba de un viaje largamente anunciado, impedido en muchas ocasiones por las autoridades cubanas y que solo la gestión personal del presidente Obama ante la petición de la disidencia, reunida con él en su reciente estancia en Cuba, conseguía descongelar. Una primera reflexión que pone en evidencia el diferente trato que la diplomacia española y europea —por extensión— ofrece a quienes luchan por la libertad en cualquier parte del mundo. Al ministro español Margallo no le pareció adecuado violentar hasta ese punto las relaciones con los Castro: era más importante que le recibiera Raúl que compartir las dificultades que encara la oposición, por lo visto.

Va tomando cuerpo un discurso complaciente en los medios políticos occidentales, según el cual la apertura comercial iniciada por las restauradas relaciones con los EEUU llevará a una recuperación del mercado abierto en Cuba y que estas libertades económicas llevarán de la mano una inexorable apertura política con un sistema democrático más o menos similar a los que practicamos entre nosotros.

Pero este aserto no pasaría de ser un autoengaño con el que las democracias occidentales pretendemos tapar nuestras vergüenzas, me viene a decir Ferrer. En realidad, la tan pretendida apertura económica se está produciendo solo de forma selectiva, porque no afecta a todos los sectores de la población. Es preciso formar parte del núcleo duro del partido o estar bien situado políticamente en la isla para aspirar a disponer de una licencia para abrir un negocio, el cuentapropismo del léxico popular cubano.
Lo que está detrás de esta nueva estrategia de los Castro es más bien la necesidad de encontrar un nuevo abastecedor de recursos, desaparecida la URSS y con la Venezuela chavista en una profunda crisis.
José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba
Unido a ello, el VII Congreso del Partido Comunista Cubano, celebrado en abril de este mismo año, se cerraba con una clamorosa ausencia de llamada a las reformas y con el mantenimiento del inmovilismo. Y el futuro del régimen parece abonar la tesis de un nuevo comunismo monárquico, donde Fidel fue sustituido -no en su totalidad, por supuesto- por su hermano y ahora, un hijo de Raúl sería el llamado a continuar con la saga. Si todas las dictaduras se parecen, Cuba tendría su precedente en el comunismo norcoreano. Y por seguir con las antiguas colonias españolas, no dejarían de encontrarse en ese mismo paradigma los esfuerzos denodados de Obiang Nguema por su sustitución a cargo de su hijo Teodorín, pese a las reclamaciones que contra este se siguen por la justicia internacional.

Es verdad que la apertura de las relaciones entre EEUU y Cuba corresponde a una necesidad histórica, por tanto tiempo aplazada, debido a la existencia de los bloques que dividían al Este del Oeste. Tampoco creo que el embargo económico decretado por el colosal vecino de la isla caribeña deba ser necesariamente la mejor respuesta para tratar las diferencias políticas entre los dos países. Pero lo que está detrás de esta nueva estrategia de los Castro es más bien la necesidad de encontrar un nuevo abastecedor de recursos, toda vez que, desaparecida la protección de la vieja Unión Soviética, la Venezuela del chavismo, que ha sumido a su país en el desabastecimiento y la crisis humanitaria, ha tomado su relevo y también está dejando de ser su socio de referencia.

La alocada y vergonzosa carrera de los países europeos para tomar posiciones estratégicas en el futuro comercial e inversor de la isla -el presidente Hollande, nuestro ministro Margallo-, abandonando en la práctica la Posición Común que el presidente Aznar había conseguido introducir como hoja de ruta de la UE no constituye, a mi juicio, la mejor de las respuestas al desafío que viven los cubanos. Es preciso exigir que la sociedad civil cubana, su disidencia, ocupe un lugar preeminente en cualquier proceso de apertura comercial que, de acuerdo con el Tratado de la Unión, debe contemplar la agenda de los derechos humanos. La acción exterior europea está presidida por "la universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, el respeto de la dignidad humana", dice el artículo 21 del Tratado.

En un mundo en el que los intereses parecen llamados peligrosamente a sustituir a los valores, el corto plazo a la estrategia y el culto a la riqueza a la consideración humana, los combatientes por la libertad en Cuba corren el serio peligro de convertirse en meros objetos inservibles. Pero quienes fuimos un día, ya lejano pero igualmente vivido, opositores democráticos a la dictadura franquista, deberíamos volver la vista atrás, recordar lo que fuimos y las ayudas solidarias que recibimos. Y repetirlas ahora en favor de estos nuevos luchadores por la libertad.

Somos los mismos.

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